Los olvidados: El Salvador

"Encontrar a mi familia ha sido hermoso, porque ellos forman parte de mi vida, completan mi historia, y son muy importantes para mi futuro. Me faltaba algo. Hoy puedo decir que encontré la parte de mi identidad que no tenía, una parte que completa mi persona y me permite entender con mayor precisión mi futuro, lo que a mí me toca hacer de ahora en adelante". Carmen fue una de las niñas separadas de su familia en 1981 y dadas posteriormente en adopción. Veinte años después tuvo la ocasión de reunirse con su verdadera familia. Pero no todos han tenido la misma suerte. Aún permanecen desaparecidas miles de personas, entre ellos cientos de niños, en El Salvador. Desaparecidos pero no olvidados.

Entre 1980 y 1992 tuvo lugar en El Salvador un conflicto armado en el que las violaciones de los derechos humanos fueron el pan de cada día. Entre las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales, homicidios ilegítimos, desapariciones forzadas y torturas hubo defensores de los derechos humanos, sindicalistas, abogados, periodistas u opositores al gobierno dejando un saldo aproximado de setenta y cinco mil víctimas. Pueblos enteros fueron blanco de las acciones de las fuerzas armadas y sus habitantes masacrados. Estas violaciones fueron cometidas en gran parte por las fuerzas armadas, los ‘escuadrones de la muerte’ y, en menor medida, por la milicia opositora del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).

Entre los hechos más dolorosos destaca, sin lugar a duda, la desaparición de cientos, quizá miles, de niños. Durante el periodo más álgido del conflicto, entre 1980 y 1984, las fuerzas armadas llevaron a cabo operaciones de ‘limpieza’ contra la población civil. Durante estas acciones muchas familias fueron separadas o los padres asesinados. Los niños supervivientes fueron secuestrados por los militares. A algunos se los llevaron a orfanatos u otras instituciones o los mantuvieron en instalaciones militares, mientras que otros fueron dados en adopción o acogidos por los mismos militares o sus familias. Estos son los niños desaparecidos de El Salvador cuyas familias los buscan desde entonces, más de treinta años después.



El conflicto armado finalizó oficialmente en enero de 1992 con la firma en México del último de una serie de Acuerdos de Paz. El Acuerdo de San José, firmado en 1990, se centró en el respeto a los derechos humanos, investigaciones de las violaciones de derechos humanos y la identificación y castigo de los responsables. Otra parte importante del proceso fue la creación de la Comisión de la Verdad para investigar y hacer recomendaciones sobre las violaciones cometidas desde 1980.

A pesar de estas buenas intenciones, solo un año después, en 1993, se promulgó una amnistía general que impedía el procesamiento de los autores de estos crímenes contra los derechos humanos, por lo que nadie ha comparecido ante la justicia. Las autoridades salvadoreñas no han cumplido su deber de realizar investigaciones amplias, imparciales e independientes y llevar a los responsables ante la justicia. 

Ante la falta de acción por parte del gobierno casos como el de Ernestina y Erlinda Serrano Cruz, dos hermanas desaparecidas en 1982, fue remitido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por primera vez el  estado Salvadoreño debía rendir cuentas ante la más alta institución del sistema interamericano por un hecho de este tipo. No solo han rehuido la responsabilidad de investigar y castigar las pasadas violaciones de derechos humanos, ni siquiera han apoyado los esfuerzos de padres, madres, familiares u ONG para encontrar a las niñas y niños desaparecidos, aun habiendo pruebas de que muchos de ellos están vivos.

Pero no solo el pasado de El Salvador es oscuro como la muerte. Su presente no es más halagüeño. Según la Declaración de Ginebra sobre Violencia Armada y Desarrollo El Salvador es el país más violento del mundo con más de 62 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Murieron más personas de forma violenta en El Salvador que en Irak, de forma proporcional, entre 2004 y 2009, siendo este último un país prácticamente en situación de guerra. Y es que, curiosamente, de las aproximadamente 526.000 personas que mueren de forma violenta cada año, sólo 55.000 de ellas pierden la vida en conflictos o como consecuencia de actos terroristas. El incremento de actividad de las pandillas, también denominadas maras, y el narcotráfico, ambos fenómenos íntimamente relacionados, es el principal detonante de este aumento de la violencia en los últimos años.


Recientemente ha salido a la palestra un posible acuerdo entre el gobierno y las maras con el objetivo de reducir los índices de criminalidad. Por supuesto, ese acuerdo ha sido negado por lo actores implicados, pero hay un hecho incontrovertible: El promedio de homicidios ha bajado de 14 a 6 diarios desde que el gobierno trasladó a los principales líderes de las pandillas del penal de máxima seguridad de Zacatecoluca, conocido coloquialmente como Zacatraz. El descenso es del 59%, entre el promedio que se tenía hasta el 8 de marzo, día de los traslados, y después de esa fecha, según el diario El Faro.

Otra de las lacras, como si no tuvieran suficiente, que sufre El Salvador es el del trabajo infantil. Según la ONU hay 188.343 menores entre los 5 y los 17 años de edad trabajando. La mayoría de estos trabaja en la zafra (corta de caña), en la extracción de curiles (conchas), en la elaboración de cohetes, recogiendo basura o como empleados de servicios domésticos. De estos, el cuarenta por ciento no asisten a la escuela. El fenómeno es aún más grave en las zonas rurales, donde la pobreza es mayor y 6 de cada 10 menores trabajan. Cuando beban una coca-cola recuerden que la empresa productora de esta y otras bebidas, The Coca-Cola Company, está usando para su elaboración en la región centroamericana un ingrediente, el azúcar, producto de la explotación infantil, ya que hasta un tercio de los trabajadores de las plantaciones de azúcar de El Salvador son menores de 18 años. Además de los gobiernos las empresas privadas multinacionales tienen mucho que decir en la erradicación del trabajo infantil, puesto que de ellos depende contratar o no los productos obtenidos de esta manera.

Es curioso como la mayoría de países que estamos intentando rescatar del olvido cuentan en su pasado con conflictos cerrados en falso. Demasiadas heridas sin cicatrizar que hacen difícil, cuando no imposible, la sanación total. Es duro ver como los autores de crímenes contra los derechos humanos permanecen impunes mientras las familias de las víctimas desaparecidas no han encontrado, si quiera, el descanso, duro, pero descanso al fin y al cabo, de la verdad.

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