El socialismo en su laberinto

Anda el Partido Socialista revuelto tras los últimos resultados electorales en Galicia y País Vasco y ante la previsión de un nuevo fracaso en las elecciones catalanas. Tras la Ejecutiva Federal no hay nada nuevo bajo el sol, tal y como cabía esperar, más que buenas palabras. Lógicamente, a menos de un mes para la siguiente cita electoral, es impensable un relevo en la cúpula del partido que no haría más que acrecentar la desconfianza, la poca que quede, en el partido. Tal y como ha recalcado Rubalcaba, hace ocho meses fue elegido para dirigir el partido y ahí, precisamente, radica el problema. El PSOE está inmerso en un laberinto del que no encuentra la salida. Por un lado arrastra la pesada losa de la pasada legislatura y por otro la de su indefinición, o ambigüedad, dependiendo de en que comunidad autónoma se celebren comicios.


Ya al día siguiente de las pasadas elecciones generales resaltábamos que mal haría el Partido Socialista en culpar por entero de la derrota electoral a la crisis, como así hicieron posteriormente. No hubo ni un atisbo de autocrítica sobre la parálisis y negación de la situación durante dos años ni sobre las disposiciones posteriormente tomadas en contra de la opinión de las bases del partido y de la ciudadanía en general. No nos engañemos, las medidas que ha ejecutado Rajoy y su gobierno en el último año no son más que la continuación, aumentadas hasta el extremo, de aquellas que inició Zapatero en 2010. Subidas de impuestos, reforma laboral, recorte de gastos y prestaciones. Todas ellas exigidas por la Unión Europea, a la sombra de Angela Merkel, hasta el punto de parecer indiferente quien gobernara, si José Luis o Mariano.

Si ya fue un suicidio del PSOE presentar a las elecciones generales un candidato involucrado en cuerpo y alma en el gobierno de Zapatero, no contentos con eso organizaron un Congreso Federal en el que decidieron ponerse en manos de esa misma persona. En lugar de optar por una vía alternativa que rompiera totalmente con el pasado, como Antonio Quero, o una opción intermedia como Carme Chacón, optaron por lo que algunos vimos como una transición hacía un candidato que pudiera llegar inmaculado a las próximas elecciones generales. El problema del PSOE es lo abajo que pueda caer durante esa transición. Corre el riesgo de desaparecer como alternativa de gobierno fraccionado en luchas internas y regionales mientras espera a su mesías. El ejemplo del PASOK en Grecia está demasiado cercano tanto geográfica como temporalmente como para ignorarlo.


Cada vez hay más gente que ve un sarcasmo en sus siglas. Ni Partido ni Español, fraccionado como está dependiendo de diversas corrientes, simpatías o la partida de nacimiento. Ni Socialista ni Obrero, tomando medidas como las anteriormente mencionadas, rescatando bancos e indultando banqueros antes de abandonar el gobierno. No sabíamos que cuando Felipe González propuso dejar atrás el marxismo, allá  por 1979, acabaría siendo cambiando por otro marxismo, el de Groucho: "Estos son mis principios y si no le gustan tengo otros". Es decir, un partido adaptando su discurso a lo que quieren oír allá donde va, del que quizá fue su máximo exponente el ex presidente Zapatero. En lugar de intentar convencer de que sus ideas y recetas son las válidas parecen acomodarse a aquello que piensan que les puede dar más votos. Con esto no quiero decir que no se pueda evolucionar y adaptarse a los tiempos, como dicen ahora, pero todo tiene un límite.

A corto plazo dio un resultado extraordinario obteniendo victorias, aunque sea por la mínima, que les permitieron gobernar en Galicia y Cataluña, arropados por partidos de clara vocación independentista, y en el País Vasco, aliados al Partido Popular para desalojar al PNV del poder.


Pero ¿Cual ha sido el resultado? Un partido en el que gran parte de sus votantes ven pocas diferencias con su némesis, el Partido Popular, arrasado por las consecuencias y la gestión de la crisis. Para colmo, en aquellas regiones donde el nacionalismo o independentismo son bandera política aquellos simpatizantes de esas tesis han preferido votar al original. La fuerza de los socialistas en Cataluña, País Vasco o Galicia, pasaba por ser una opción progresista que defendía el constitucionalismo, sin excederse, donde se refugiaban aquellas personas de izquierda que no comulgaban con las tesis nacionalistas. En el momento en el que empezaron a coquetear con esas mismas tesis los votantes de izquierda han decidido que había otras opciones más genuinas y además no estaban lastrados por la crisis, la corrupción o la connivencia con la banca.

Mal haría el PSOE, por tanto, en pensar que es una cuestión de nombres. Más allá de Rubalcaba, Chacón o Griñán, lo que se impone es un cambio de actitud, de la manera de hacer política y gobernar, con un destino claro: recuperar la confianza del electorado con la finalidad de cambiar la sociedad, no como un medio para alcanzar el poder. De la mano de Rubalcaba se han adentrado tanto en su propio laberinto que la duda es saber si podrán salir a tiempo de él.





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