Obama, el Nobel de la Paz que mata a distancia

Cuando en octubre de 2009 el comité de los premios Nobel anunciaba la elección de Barak Obama como galardonado al premio Nobel de la Paz muchos no compartimos la decisión y la mayoría pensó, como mínimo, que era una elección precipitada. El mismo Obama declaró que no se lo esperaba y que no se creía merecedor de ello. Gran verdad. Según el comité el presidente de Estados Unidos apostaba "a favor del desarme y por retomar las conversaciones de paz en Oriente Medio. Su diplomacia se basa en el concepto de que aquellos que dirigen el mundo deben hacerlo siguiendo valores y actitudes compartidas por la mayoría de la población". Sin embargo Obama, en su discurso en la ceremonia de entrega del premio, hacía hincapié en que no se quedaría "parado" ante las amenazas contra Estados Unidos y que "en ocasiones está justificado el uso de la fuerza". Sabía bien lo que se decía, mucho más que el comité que le otorgó el premio, puesto que ese mismo día a 6.000 kilometros de Oslo lo que se oían no eran los aplausos a sus palabras si no la explosión provocada por dos misiles lanzados desde un avión no tripulado. En Waziristan, Pakistan, un ataque ordenado en persona por el Presidente Obama, el premio Nobel de la Paz, asesinaba a seis personas y dejaba heridas a otras ocho.







No hay que olvidar que cuando Obama accedió al poder lo hizo bajo la promesa de cerrar Guantánamo y acabar con la "guerra al terrorismo". Sin embargo no ha hecho ni lo uno ni lo otro puesto que bajo su mandato se han generalizado los ataques con drones, aviones no tripulados, en zonas donde teóricamente Estados Unidos no intervenía. En un principio, bajo el égida de Bush, los drones fueron la solución más segura para atacar a los miembros de  Al Qaeda ocultos en sus escondrijos de las montañas de Afganistán.

Los aviones no tripulados Predator y Reaper, fabricados por General Atomics, se han convertido en la forma más cómoda para Obama y su conciencia de librar un guerra, oficialmente no declarada, en Yemen, Somalia o Pakistán. Tal es así que en sus primeros tres años en la Casa Blanca Obama habría aprobado personalmente 268 ataques con drones, cinco veces más que en los ocho años de Bush. Durante el gobierno de este último hubo un ataque teledirigido en Pakistán cada 43 días, mientras que en los dos primeros años de la administración de Obama, hubo uno cada cuatro. No deja de ser peculiar para alguien que se declaraba en contra de la guerra de Irak y a favor de la eliminación de las armas de destrucción masiva.

Según publicaba The New York Times Obama decide personalmente quiénes serán los blancos en unas reuniones semanales del equipo antiterrorista de la Casa Blanca en las que se le presenta al presidente la lista de los objetivos que han sido localizados a los que debe dar luz verde. Curiosa manera de extender la pena de muerte, sin proceso previo judicial, fuera de las fronteras de Estados Unidos.


A las objeciones, morales y legales, que se nos pueden ocurrir, sin esfuerzo, sobre las incursiones en otro país para llevar a cabo eso que llaman asesinatos selectivos, hay que sumarle las no pocas víctimas civiles producto de dichos ataques. En teoría, eso dicen sus defensores, estas acciones no solo son más seguras y efectivas para quien las lleva a cabo si no más precisas. Sin embargo no es eso lo que nos cuenta la realidad. Por ejemplo, el ataque sobre Saleh Mohammed al-Anbouri en Yemen, también en diciembre de 2009, finalizó con varias víctimas civiles enterradas en una fosa común ante la imposibilidad de reconocer y reconstruir sus cuerpos.

Oficialmente no hay un recuento de las víctimas producto de los ataques con drones aunque algunas fuentes no oficiales hablan de unas 3.000 personas, sólo en Pakistan, de las cuales un tercio eran civiles. La Oficina de Investigaciones Periodísticas estima que al menos 447 civiles murieron asesinados a causa de estos ataques durante los últimos años en Afganistán. El hecho de que estas acciones sean llevadas a cabo por la CIA y las fuerzas especiales no hacen si no sumirlas en la más profunda oscuridad.

El Gobierno de Pakistan estima que el 80 por ciento de las personas que han perdido la vida en los ataques con aviones no tripulados eran civiles inocentes. Según Rehman Malik, ministro pakistaní del Interior,  un total de 2.300 personas han fallecido en los 336 ataques perpetrados por drones,  lanzados, en su mayoría, desde la vecina Afganistán.


A pesar de las evidencias los causantes de tanto terror siguen hablando de precisión quirúrgica "sin bajas civiles confirmadas", tal y como declaraba Anders Rasmussen, secretario general de la OTAN, tras la guerra de Libia de 2011. Mientras tanto Human Rights Watch aseguraba que al menos 72 civiles fueron asesinados, incluyendo 24 niños.

La situación moral y psicológica en que viven los habitantes de las zonas castigadas por estos ataques es de terror absoluto aumentando, aún más si cabe, el odio por Estados Unidos y las simpatías por sus supuestos objetivos. No es extraño, en situaciones de clara injusticia e impunidad como la que estamos denunciando, que la "lucha contra el terror" sirva para alimentar a este.

A pesar de las denuncias de todo tipo de organismos internacionales y, por supuesto, de los países afectados no parece que vayamos a ver una disminución de estas prácticas claramente contrarias a la legalidad internacional y repugnantes para cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Al contrario, en Estados Unidos ya son mayoría los hombres adiestrados para manejar estos ingenios frente  a los pilotos de aviones.  Y según un informe de la ONU hay unos 40 países capacitados para realizar ataques teledirigidos por láser, a pesar de que la mayoría de las miles de bajas producidas, según este mismo informe, se han dado entre la población civil. ¿Qué pensarán sobre todo esto los miembros del comité que decidieron otorgar el controvertido premio Nobel de la paz a Barak Obama?



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